Un pasito pa’lante María, un pasito pa’trás.
Te levantas, desayunas, haces tu poco de deporte y, mientras te duchas, piensas en qué y cómo va a ser tu día. Primero leerás las noticias para desinformarte un poco; luego empezarás a trabajar como si fueses a heredar la empresa; alimentos y tiempo libre. Día tras día tras día…
A lo mejor ocupas las tardes haciendo más deporte, igual estudiando, igual enderezando plátanos, quién sabe pero, de repente, es de noche de nuevo y un día más. Haces balance y día de la marmota. Y ves que todo sigue en un caos ordenado que ya no sabes si es bueno o no. Tus pensamientos recurrentes siguen ahí; tus preocupaciones por el trabajo no te dejan dormir; tu exceso de futuro asoma la cabecita en la boca del estómago… y recuerdas cómo y porqué controlar las emociones.
Aunque no sea bueno hacerlo, hay veces que es totalmente necesario. Controlar la intensidad sirve para, de vez en cuando, respirar profundo, relativizar e intentar emocionarte solamente de las cosas realmente importantes. Y así vas avanzando, disfrutando cada pequeño éxito diario a expensas que se magnifique porqué, digámoslo claro, necesitamos una ilusión.
Cuando te das cuenta han pasado 5, 6, 7 días que, más o menos, has andado tranquila o tranquilo: has conseguido algún gol por la escuadra en el trabajo, reuniones sociales de lo más interesante, esa calma tensa que no gusta pero, al mismo tiempo, nos aporta un poco de falsa estabilidad. En los tiempos que corren, bien está que eso ocurra. Y una casilla para adelante.
En el tablero que nos ha tocado vivir es, todo el rato avanzar. Casilla para adelante. Éxito, de cualquier tipo. Pero, de repente, cualquier acontecimiento, nimiedad o caso grave de estudio, te hacen parar, mirar y se hunden todos los avances. Ves como esa calma irreal se desvanece, ¿Dónde está? ¿Qué hago? ¿Qué ha pasado? Pues eso, como la Jenga: la torre estaba de pie hasta que has quitado la pieza clave y todo al suelo. ¿Cómo? Quién sabe…
Y ya no hay avance en el tablero. No hay oca a oca. Igual te sales hasta del camino de ese tablero que has montado como vida. Y, cuando miras atrás, no hay nada. Estás, de nuevo en la casilla de salida. Y otra vez a empezar.
Volver a retomar el mismo camino y hacerlo de nuevo da entre pereza, ataque de ira y tristeza. Una mezcla de sentimientos que, incluso, te dan ganas a no volver a tirar el dado. Es el mito de Sísifo una y otra vez.
Pero, no. Es una equivocación. Una más. No estamos rodando una piedra por una ladera para que caiga de nuevo y volver a empujar, no. Simplemente, ha sido un bache. Que quede claro: no es retroceso, no. Es parar, poner las rodillas y las manos en el suelo y, cuando se pueda, aplicar otro mito: el del ave Fénix. Nadie le dijo a Fénix que no debía levantarse, entonces, siempre lo hizo. Se quemó ¿Cuántas veces? Todas. Pero nunca, jamás, retrocedió. Y tú, ni yo, tampoco. Simplemente, hemos parado para arrancar de nuevo. El tablero no se desvanece, míralo con perspectiva y ahí seguirá. El camino es el mismo, o quizá no. Quizá solamente has sentido retroceder porqué ese no era tu sitio. Saca la brújula del bolsillo, recalcula, redirige y focaliza en lo que realmente te va a hacer avanzar. Subir. Y, de repente, tiras los dados y, <<et voilà>> , un 6 doble. Quizá encuentres la casilla del puente que, de una sola tirada, te lleva el doble de lejos. Resiliencia.
Intentémoslo al menos. Eso sí, con calma, despacio y sin presiones. Por favor.
Informática utópica... tanto que me gustaría que los que mandan no fueran los que son... que el dolar empapelara paredes y las sonrisas llenaran bolsillos...