Si hay una cosa que me molesta de forma ecatómbica, son los sonidos estridentes. Y las voces altas. No me gustan los gritos ni los que se hablan a gritos. Me empequeñecen. A parte de molestar a mi fino oído de señora bien.
Las voces altas me retumban en el cerebro. Y, a parte, y lo peor, hacen eco. Eco que se repite durante horas o, incluso días. Y es que hay voces que te arañan y te dejan una herida en forma de repeticiones constantes a cada hora, a cada instante, en cada bajada de guardia, ahí están.
Cada uno es como es y, dependiendo la zona, la voz es una u otra. Normalmente, en la zona del este español, las voces son más altas y estridentes. Nos caracterizamos por ello y, cuando se imita a un valenciano y de pueblo… pues ya se sabe. Y, por eso, retumban aún más, si cabe.
Pero, ¿qué pasa cuando un susurro grita más que un pastor de ovejas procedente de las comarcas del interior? Y retumba, y te araña, y te estremece. ¿Qué pasa cuando esas voces se limitan a correr en círculos por tu cabeza, la nuca, tus oídos o, incluso, tus manos? Gritos. Ellas gritan para que solamente tú y tus recuerdos se estremezcan en cada bocanada de pasado a las que te llevan. Y, por más que te tapes los oídos, ahí están, riéndose de ti y de tus ansiedades; de tus miedos y tus errores.
No me gustan los sonidos altos, estridentes. Por eso, muchas veces no los provoco. Crear el vacío en la boca de tu estómago para poder digerir aquello que retumbaría, y, ahí, ahogar esos sonidos estridentes. Para que no retumben. Para que no resuenen. Para esconder la cabeza como un avestruz. Para tragarte las ondas de aquello que, ni siquiera, te atreves a decir o escuchar.
Odio profundamente los despertadores. Me asustan. Es por eso que, mi despertador, es el sonido del vibrador del móvil sobre la mesita de noche. Esos sonidos ridículos, forjados en las calderas de Lucifer… es como si me dieran un mazazo en la cabeza cada vez que suena. ¿Quién inventó eso? Pero, sinceramente, no sé qué sonido tiene ese vibrar de plástico con madera.
Pero, el dato curioso, es que no me preocupa quedarme dormida. El despertador no suena, no sé qué sonido tiene… pues ya hay voces que se encargan de blquear su sonido un par de horas antes de lo que debería. Y, ellas, y solo ellas, desvelan los sueños que tenía cuando decidí quitarle para siempre el sonido al móvil, allá por el año de la crisis. La primera, no la del covid.
Ellas y solo ellas, son capaces de levantar tal horda de fantasmas que, después de despertarme, me hacen creer que éstos existen, vienen a por mí y nunca se van.
No me gustan las voces alta. O, quizás, solo quizás, no sepa como enfrentarme a ellas, al igual enfrentarse a un despertador en un domingo de resaca.
PS: Los avestruces no esconden la cabeza debajo de la tierra, es una chanza.
Informática utópica... tanto que me gustaría que los que mandan no fueran los que son... que el dolar empapelara paredes y las sonrisas llenaran bolsillos...