Ni calvo ni dos pelucas.
¿Qué hay peor que creerte un discurso que dista un chirrín de lo cierto? Creerte uno que te has montado tú solo en tu cabeza. Y esto es aplicable en todos los ámbitos de la vida, creo.
Vaya por delante que, si bien rectificar es de sabios y no todo tiene porqué ser blanco o negro siempre, hay cosas que, alargadas en el tiempo, se establecen como pauta a seguir o creer y, ahí, viene de lo que hablamos.
Tan fácil es caer en la trampa de un razonamiento bien montado, una performance sobradamente estudiada que, una vez se desmonta como un castillo de arena, no puedes más que quedarte ojiplático pensando: No, ¿no?
Como por ejemplo cuando eres nuevo o nueva en un puesto de trabajo y te asignan una persona de referencia, convirtiéndote de facto en su mochila. Piensas, tengo que hacerlo bien, no quiero ser pesada, debo esforzarme. Y mientras, te vienen montañas de información del tipo: qué suerte, te ha tocado con una maravillosa persona, un ser de luz que te guiará en tu camino en esta empresa para que puedas llegar a ser uno más… Y, de repente, un día, todo se tuerce, ves cosas que no encajan, no ves esa luz y piensas: ¿Qué está mal en mi? Y, de nuevo, la frustración, el síndrome de la impostora y a dormir poco y mal. Segundo escenario: idealizarte a ti mismo mal. O sea, subestimarte, hacerte de menos, creer que hay algo mal en ti. Y, cuando no puedes más con la culpa, un día explotas. Y, qué sorpresa, nada era lo que parecía. De repente tu yo interior estaba equivocadísimo, sí vales, sí puedes y, tu ser de luz se había montado un paripé del cual cualquier gran director de teatro estaría encantadísimo de llevar a las tablas. ¿Qué ha pasado? Idealización fatal.
Y, así, te puede pasar todo el rato. Puedes idealizar personas hasta el punto de fascinarte, de cambiar hábitos o imitar los suyos. Querer pegarte a ciertas personas solo porqué su discurso encaja en lo que tú quisieras, lo que crees que está bien o lo que te hacen creer que es bueno. Es más, terminas aceptando según que comportamientos, pautas o condiciones. Las aceptas, las acatas y vives con ellas simplemente porqué has idealizado a una persona, un rol o un personaje. Y esa venda está ahí y es muy oscura, opaca y no te deja ver más allá de lo que tú crees bueno, crees legítimo y, por supuesto, real.
Te aferras a una idea que te gusta pero que, en el fondo, juega contigo. Con tu realidad y tus creencias. Y juega con ello porqué quieres, admiras, y parece ser recíproco y eso te aumenta un poco también el orgullo propio. Pero, un día, se prende una vela en un pasillo oscuro, se enciende una luz en algún sitio y, sin previo aviso, te ciega y alumbra a partes iguales, porqué te está enseñando la realidad pero no la quieres ver.
Excusas, mentiras, pasivo-agresividad, y tu realidad se desmorona. Esa venda se cae, esa excusa era selectiva, ese discurso no aplica a todos igual que a ti y, de repente, la decepción. ¿Habrá algo más pesado de cargar que el sentimiento de decepción? Yo creo que no.
Y solo puedes preguntarte porqué… y otra vez ¿Qué está mal en mi? Hasta que te das cuenta que nada… pero los doble raseros y las doble varas de medir son tan desconcertantes que te dejan descolocado durante bastante tiempo hasta que, de nuevo, no soy yo eres tú.
PD: A día de hoy solamente tengo idealizada a mi gata y, aún así, hay días que me muerde.
Informática utópica... tanto que me gustaría que los que mandan no fueran los que son... que el dolar empapelara paredes y las sonrisas llenaran bolsillos...