– Mire, señor, es que se está colando. Que no es por nada eh, sin acritud pero yo estaba primero. Que bueno, puede usted pasar, sin problema, pero sépalo que se cuela, que entiendo que tenga prisa…sí; que es mayor, vale…. La madre que lo parió.
La verdad es que nunca suelo alardear de nada. Bien sea porqué no sé hacerlo o, seguramente, porqué no tenga mucho para ello. Ahora bien, en unidades adquiridas de empatía… ah no, ahí no me ganas.
Y es que, si algo bueno he aprendido con el tiempo, es a entender que nunca voy a poder estar en los zapatos de nadie y eso, amiga, es más importante de lo que parece. Y es que ni siquiera es cierta esa expresión de: «ponte en mi lugar y entiéndeme»… ¡Qué va! no se puede.
Pero siempre hay una postura que se puede adoptar en situaciones complejas que requieren de más de un interlocutor: el pensar: ¿Qué quiero para mí? ¿Me gustaría eso? Si la respuesta a esta segunda pregunta es: NO… fácil lo que tienes y lo que no tienes que hacer. Es así de sencillo, sin más.
Ahora bien, ¿Qué pasa cuando, bien por complacencia, bien por indecisión o bien por exceso de empatía, el no escenificar situaciones, el no enfrontar conversaciones, acaba por perjudicar a una misma? ¡Ay, Querida! Pues que acabas perdiendo y, al final, la culpa es tuya.
¿Sabes qué pasa? Pues muy fácil: Que ponemos líneas rojas donde no las hay. Me explico.
Imaginemos un tablero de ajedrez. Rey, reina, alfiles, torres…y ejército de peones. ¡Ala, idos a batallar simples lacayos! Y ahí está el rey, que ¡ojo! no para: un pasito para adelante, otro para atrás, uno a un lado y venga atrás que me pillan. (Otros reyes podrían hacer esos movimientos también, nos saldrían más baratos) Bueno, me desvío.
El tema, que ¿Imaginas a los peones, los cuales ya tienen la ruta marcada, el plan de ataque y las competencias definidas, girarse de repente y decir: Su majestad, si me pongo aquí ¿Le tapo las vistas? Y el rey… ¿Perdón? Y ¡Zas! El caballo se comió al peón… Jaja no, ¿Qué ha pasado? Pues que no has priorizado bien y, por supuesto, has salido perdiendo. El peón, el cual se creía firme defensor del reino y el alcázar, que con su nobleza ocupaba una casillita blanca a la espera de ser atacante… perdió la cabeza por complacer al rey, atención, sin que Él se lo hubiese pedido. Y ahí está la clave: no te lo han pedido. Has pensado que, de tan bonitas las vistas que eran, era una pena que el monarca se las perdiera, te gustaría para él como te gustan para ti…. pero no amigo, no era ese el momento. Era el momento de batallar, de ponerte el escudo como coraza física y en el corazón, y luchar por tu causa. Nimiedades, no.
Pues eso es, dentro de mi cabeza, una representación del exceso de empatía. Te voy a llevar a un sitio que te va a gustar….y llegas tarde al trabajo. Es que no tengo mi tarea porqué no sé y, claro, por no preguntar y molestar…. y reprimenda.
Y sin acritud eh pero…
Y, bajo mi punto de vista, que ¡oye! puedo estar equivocadísima (equivocada no eh, -ísima, superlativamente)… Y yo solo lo digo porqué claro, a lo mejor, viene bien rectificar, pero solo si lo consideras, porqué claro yo… ¡Qué te calles coño ya hombre!
Si es que siempre se ha dicho, los excesos no son buenos, y en cuanto a empatía, pues mira, tampoco. El exceso de empatía lleva a la ansiedad, la ansiedad a la tristeza y la tristeza… pues al lado oscuro.
Y sí, puedes estar ahí por alguien o por algo, en las buenas y en las malas, debes.
Informática utópica... tanto que me gustaría que los que mandan no fueran los que son... que el dolar empapelara paredes y las sonrisas llenaran bolsillos...