Se conoce como «síndrme de la cabaña» a, y cito:
cuando experimentamos miedo por salir a la calle. Miedo a contactar con otras personas fuera de las paredes de nuestra casa, temor a realizar actividades que antes eran cotidianas como trabajar fuera de casa, coger el trasporte público, relacioanrse con otras personas, etc…
https://itaepsicologia.com/que-es-el-sindrome-de-la-cabana-pautas-para-superarlo/
Y es que parece que es una tónica (sin ginebrea) general estos días.
Oír a la gente hablar sobre «qué ganas tenía de salir» pero «qué bien estoy en casa»… Algunos hablan del asco que le han codigo a todo: vasos, peluquerías, supermercados, sin excepción…. otros hablan de precaución y, los menos, de psicósis.
No hay teoría más o menos cierta en este asunto, simplemente, llevamos 10 semanas encerrados, sólo saliendo a los balcones con hipócritos apluasos, y es que, ahora, parecemos pollos sin cabeza. Que si me pongo una mascarilla, pues yo lo añado un salvaslip (?), que si los guantes de nitrilo, yo los de Bosque Verde no que dejan blanco en la ropa… que si las mascarillas del ayuntamiento me destrozan las orejas, que si yo paso de ponerme mascarilla, porque, total, que si para salir al campo a hacer el Rajoy (correr lento, andar rápido) no me la pongo… y tal.
Y mientras, una realidad paralela se sucede, y es el mundo dando vueltas para los otros.
Nos hemos dado cuenta que el «yo» vive en una parte muy pequeña, que es un cerebro egoista e individualista de cada uno de nosotros, y eso, chica, pues parece que ha tocado algunas fibras más allá de las del pan de centeno, que en cuarentena, sí, pero fit.
Y 10 semanas oigame. Moco de pavo, no es. 2 meses y medio. Y ahora, incluso, echamos de menos ir a la oficina a trabajar. A odiar a nuestro compañero de al lado de mesa porqué le silba la nariz; a criticar al camarero que nos pone el café a las 8:15 porqué es un poco monguer; a odiar a los que andan por el carril bici o, incluso, a odiar la cara del espejo.
Y ¡qué cosas! El tiempo ha pasado y ya nos dejan salir, pero poco. Y mal. Todos, sin excepción, teníamos ganas de ello. Un poco de sol, un poco de aire y un poco de social.
Construyes, durante un par de días, cómo va a ser ese momento: qué camisa, qué vaquero (oh los vaqueros), qué sujetador (¿lo qué?), e, incluso te vas a quitar el moñete y a plancharte el pelo, (no, eso no pasó). Y un buen Dragon Girl de Nars en los morretes, para que no se vea con la mascarilla, claro.
Primera cerveza… Segunda cerveza. Y vas pirirpi, si es que es normal. ¿Cuánto tiempo ha pasado? Pero, espera… ¿Ha pasado el tiempo? Solamente te das cuenta de que ha pasado porqué el destrozo de flequillo que te hiciste en casa, ya ha crecido, y ya no pareces de la kale borroka.
Porque el resto, oh el resto, todo ello, sigue exactamente igual. Los mismos clavos, la misma cruz, decía Marea. Y, de repente, ya no sabes si el agobio es de la mascarilla de la temporada otoño/invierno te está agobiando, si las dos cervezas te hacen sudar demás o es que, realmente, te quieres ir a refugiar a casa. Porqué si, ahora esas malditas 4 paredes son un refugio. Una cabaña. Sin lago, es lo que tiene ser de interior, pero cabaña, al fin y al cabo. Y la normalidad anormal se sucede.
Me gusta que le llamen nueva normalidad, combina perfectamente en el tema este pandémico como combina una camiseta blanca con un vaquero oscuro y unas Vans. Combina porqué es tan irreal como que de nueva no tiene nada. Como todo lo que está pasando. Ensoñaciones, daydream con un potenciador +1000. Y es que, amigos, nada ha cambiado. Qué sorpresa, ¿hum? No, en absoluto.
La tierra ha seguido girando, el sol viene y va, La Mishi sigue encantada con el confinamiento y yo me sigo depilando igual de poco. Y ¿la gente? Sí, es verdad, ahora hay menos acercamiento, hay menos abrazos, hay menos contacto y solo un tema. El monotema. Pero la esencia, esa, ahí sigue.
Entonces, yo me pregunto con mi cerebro de rubia, ¿existe el síndrome de la cabaña o que realmente la vieja normalidad no era tan placentera como pensábamos? ¿Realmente nos da miedo salir por la protección que nos ofrece la casa o es que no queremos ver qué hay fuera porqué ya nos lo sabemos?
No sé, juzguen… yo solo tengo un día raro.
Informática utópica... tanto que me gustaría que los que mandan no fueran los que son... que el dolar empapelara paredes y las sonrisas llenaran bolsillos...